Agreguemos también la payasada en la que se ha convertido la
procuraduría, dizque anticorrupción, que señala que no apela la decisión que
favorece a Toledo para “no afectar la carga procesal”, cuando no hay quien no
sepa que ese procurador sólo obedece órdenes pactadas por Toledo con el
Gobierno a cambio de sus votos en el Congreso, en lo que podríamos llamar “el
pacto de la impunidad”.
Todo eso, más el caso de
la hija de la aún aliada Aída García-Naranjo, que al más puro estilo
diecioches-co privilegia a su familia a costa de los contribuyentes; la compra
de los aviones coreanos, que es la punta de un iceberg de alta complejidad y
corrupción; el caso Trimega y las 40 mil computadoras del Ministerio de
Educación beneficiando a un importante financista de la campaña presidencial;
los permisos de pesca de Alexis Humala; las corruptelas de Pensión 65, etc.; el
súbito ascenso empresarial del señor Fabrizio Pimentel, socio y contertulio de
Alexis en el famoso viaje a Rusia; el caso Conga, donde el Gobierno terminó
capitulando sin condiciones, etc., indican que, queriendo o no, estas
situaciones de escándalo han pasado a segundo y hasta a tercer plano, y que nos
llevan de las narices hacia otras direcciones para que no se toque el hecho de
que la corrupción está sólidamente enquistada en el país que está conducido por
quien ganó bajo las banderas de “la honestidad es la diferencia”.
Justamente por actuar
así, tapando todo, es que algunos temas que pudieron verse en su momento dieron
lugar a que los hechos se repitieran después, solo que corregidos y aumentados.
Lo peor es que no vemos
procuradores, fiscales, jueces, contralores etc., haciendo nada al respecto, y
lo poco que puede hacer la oposición en el Congreso terminará, por imperio de
los votos, como ya ha ocurrido en el caso Chehade, en la más aleve impunidad.
El poder ha copado varias instancias ajenas al Poder Ejecutivo y crece
indetenible moviendo sus fichas. Pero, mientras haya voz y temple, no podrán
tapar el sol con un dedo.
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