Héctor Malarín insistió en que el Estado debe redirigir los subsidios al agro hacia más infraestructura rural, investigación, servicios sanitarios, titulación de tierras y riego. En vez de orientar el gasto hacia estos bienes públicos, el gobierno financia bienes privados.Estos cuestionables subsidios o apoyos fiscales directos representan más de la mitad del gasto público en el sector agropecuario en nuestro país. Malarín reiteró un poderoso argumento: los subsidios en el sector agropecuario distorsionan el mercado y desincentivan que los agricultores migren a cultivos más rentables. Finalmente, distinguió "malos" de "buenos" subsidios; entre estos últimos destacó los destinados a la adopción de tecnología, como riego, siembra directa, abonos verdes, andenería, plantaciones de cortaviento, entre otros.
Vale la pena resaltar que tanto el FONIE como los programas mencionados del MINAG, siguen las recomendaciones del especialista del BID. Como debería ocurrir siempre en las políticas públicas, el Estado debería intervenir en el sector agropecuario corrigiendo fallas de mercado o promoviendo la equidad. No lo hacía en nuestro país, al menos no como debería. Nos parece que el estimado de que el 50% de gasto público era mal dirigido -según el funcionario del BID- no incluye el gasto tributario del sector (es decir, el costo de las exoneraciones tributarias). Como puede observarse en el gráfico, éste es muy superior a cualquiera de los programas públicos del Ministerio. Y también distorsiona los mercados. La informalidad en el comercio de alimentos tiene mucho que ver con esta exoneración ciega que no distingue las condiciones socioeconómicas de quienes consumen los alimentos. Exoneración que, como sabemos, beneficia en gran medida a acopiadores, facilitadores y otros componentes de nuestro ineficiente sistema de comercialización.
Ya que estamos tocando los errores en las políticas de desarrollo rural, cabe destacar el caso de los emblemáticos y políticamente sensibles grandes proyectos de irrigación. No está en discusión que el Estado debe intervenir en irrigación, pero sí que deba terminar subsidiando masivamente a medianos y grandes productores agroindustriales. Esta es, obviamente, una política pública regresiva. Muy superiores en términos de proveer agua y de equidad serían programas de microirrigaciones, reforestación de las cabeceras de cuenca, encauzamiento de ríos, infiltración de acuíferos y de reservorios en zonas altas para que el agua deje de fluir al mar.
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