En días pasados, este Diario publicó una columna de opinión del señor Gonzalo Prialé, en la que se refiere a aquellos que preconizan la responsabilidad en el gasto público en infraestructura como “pesimistas” o “asustados”. Esto luego de mis declaraciones en el programa “La hora N” que conduce Jaime de Althaus.
Su discurso no es nuevo en la historia nacional. Todo lo contrario: es viejo. Lo que más me sorprende es que aún hoy se siga utilizando. La premisa de su razonamiento es que toda deuda que contraiga el Estado por cuenta de la nación para construir infraestructura producirá una utilidad mayor que la deuda y sus intereses. Es decir, al construir cualquier infraestructura se hace un supernegocio.
La historia del Perú nos prueba que no solo esta falacia ya se utilizó, sino que además los resultados fueron funestos. Balta con los empréstitos de Dreyfus y los ferrocarriles de Meiggs. Leguía con la obra pública y la bancarrota de los bonos en Nueva York y finalmente Velasco con las empresas estatales y la deuda con los bancos extranjeros.
En los tres casos, las infraestructuras probaron no ser rentables como prometieron sus autores al momento de contraer la deuda pública. Y en los tres casos, el Perú cayó en bancarrota, y en uno fue la causa determinante de la derrota en la guerra con Chile, los patriotas muertos y la pérdida de Arica y Tarapacá. Todo esto porque nos sobró el “optimismo” que hoy embarga al representante de la Asociación para el Fomento de la Infraestructura Nacional (AFIN).
No crea que nuestros ancestros fueron incapaces. Basta leer los testimonios de aquella época que también hacían un llamado a la razón y que usted, como los contemporáneos de entonces, los llamaron “pesimistas” o “asustados”.
En los últimos años hemos visto que las megainversiones hechas por el Estado no solo no fueron la panacea que el gobernante de turno nos había prometido, sino todo lo contrario. La pomposamente llamada Interoceánica Sur costó el doble de lo presupuestado y tiene una rentabilidad financiera negativa. Pero, además, una rentabilidad social peor que negativa: desastrosa. Sirvió para destruir la región de Madre de Dios.
Lo mismo podemos decir de las tres últimas megaobras efectuadas durante este gobierno: la refinería de Talara, la línea 2 del metro de Lima y el gasoducto sur peruano. Todas pobremente estudiadas y con postor único. Nunca atrajeron “postores de todo el mundo” como nos prometieron. La nación tendrá que pagar el precio de la debilidad de sus instituciones y los únicos beneficiados serán, como siempre, los constructores.
Lo único cierto que tenemos es que la deuda pública de la nación peruana hoy alcanza al 23% del PBI. Que el Estado ha asumido obligaciones gracias a las asociaciones público-privadas(APP) de más de US$20.000 millones que tendrá que honrar en los próximos años. El déficit del presupuesto este año estará en 3% del PBI como mínimo y dudo que cualquiera sea el candidato que gane pueda bajarlo en los próximos cinco años.
Dentro de cinco años la deuda pública alcanzará el 30% del PBI y ello a pesar del crecimiento que el Perú pueda lograr durante dicho período. Esto en un contexto internacional sumamente complejo, negativo e impredecible, que nos obliga a redoblar la prudencia en el gasto público. Después de todo, no es función del Estado apostar el crédito de la nación sino más bien velar por su estabilidad.
Recordemos que todas las bancarrotas del Perú han sido gatilladas desde el exterior.
AFIN ha logrado con sus cantos de sirena encandilarnos y confundirnos. Sea esta la famosa y billonaria “brecha de infraestructura” o la rentabilidad asegurada de cualquier infraestructura. Ahora bien, entiendo la postura del presidente de AFIN, ya que defiende sus ingresos y los de sus asociados. Después de todo, cumple con su cargo.
El Estado y la nación debemos mostrar madurez. El Perú no debe ser un país emotivo y caótico. Debemos ser una nación racional y disciplinada. Nos corresponde a nosotros actuar con responsabilidad y desoír estos cantos de sirena que hoy son una invitación al desorden y a la inestabilidad financiera.
El Perú deberá concentrar sus recursos en agua y saneamiento, educación, seguridad y salud, sabiendo además que deberemos cumplir con las obligaciones contraídas por las APP ya firmadas.
Toda otra obra pública deberá ser postergada hasta que vuelvan los excedentes presupuestales. En las condiciones en que están las cuentas nacionales, tampoco se puede estudiar o hacer el túnel trasandino. Es decir, hay que predicar con el ejemplo. Un manejo responsable de las cuentas nacionales garantizará la estabilidad del país y, por ende, el sistema democrático que es inseparable del desarrollo nacional.
http://elcomercio.pe/opinion/colaboradores/carta-abierta-sirenas-afin-juan-dios-olaechea-noticia-1906345
Su discurso no es nuevo en la historia nacional. Todo lo contrario: es viejo. Lo que más me sorprende es que aún hoy se siga utilizando. La premisa de su razonamiento es que toda deuda que contraiga el Estado por cuenta de la nación para construir infraestructura producirá una utilidad mayor que la deuda y sus intereses. Es decir, al construir cualquier infraestructura se hace un supernegocio.
La historia del Perú nos prueba que no solo esta falacia ya se utilizó, sino que además los resultados fueron funestos. Balta con los empréstitos de Dreyfus y los ferrocarriles de Meiggs. Leguía con la obra pública y la bancarrota de los bonos en Nueva York y finalmente Velasco con las empresas estatales y la deuda con los bancos extranjeros.
En los tres casos, las infraestructuras probaron no ser rentables como prometieron sus autores al momento de contraer la deuda pública. Y en los tres casos, el Perú cayó en bancarrota, y en uno fue la causa determinante de la derrota en la guerra con Chile, los patriotas muertos y la pérdida de Arica y Tarapacá. Todo esto porque nos sobró el “optimismo” que hoy embarga al representante de la Asociación para el Fomento de la Infraestructura Nacional (AFIN).
No crea que nuestros ancestros fueron incapaces. Basta leer los testimonios de aquella época que también hacían un llamado a la razón y que usted, como los contemporáneos de entonces, los llamaron “pesimistas” o “asustados”.
En los últimos años hemos visto que las megainversiones hechas por el Estado no solo no fueron la panacea que el gobernante de turno nos había prometido, sino todo lo contrario. La pomposamente llamada Interoceánica Sur costó el doble de lo presupuestado y tiene una rentabilidad financiera negativa. Pero, además, una rentabilidad social peor que negativa: desastrosa. Sirvió para destruir la región de Madre de Dios.
Lo mismo podemos decir de las tres últimas megaobras efectuadas durante este gobierno: la refinería de Talara, la línea 2 del metro de Lima y el gasoducto sur peruano. Todas pobremente estudiadas y con postor único. Nunca atrajeron “postores de todo el mundo” como nos prometieron. La nación tendrá que pagar el precio de la debilidad de sus instituciones y los únicos beneficiados serán, como siempre, los constructores.
Lo único cierto que tenemos es que la deuda pública de la nación peruana hoy alcanza al 23% del PBI. Que el Estado ha asumido obligaciones gracias a las asociaciones público-privadas(APP) de más de US$20.000 millones que tendrá que honrar en los próximos años. El déficit del presupuesto este año estará en 3% del PBI como mínimo y dudo que cualquiera sea el candidato que gane pueda bajarlo en los próximos cinco años.
Dentro de cinco años la deuda pública alcanzará el 30% del PBI y ello a pesar del crecimiento que el Perú pueda lograr durante dicho período. Esto en un contexto internacional sumamente complejo, negativo e impredecible, que nos obliga a redoblar la prudencia en el gasto público. Después de todo, no es función del Estado apostar el crédito de la nación sino más bien velar por su estabilidad.
Recordemos que todas las bancarrotas del Perú han sido gatilladas desde el exterior.
AFIN ha logrado con sus cantos de sirena encandilarnos y confundirnos. Sea esta la famosa y billonaria “brecha de infraestructura” o la rentabilidad asegurada de cualquier infraestructura. Ahora bien, entiendo la postura del presidente de AFIN, ya que defiende sus ingresos y los de sus asociados. Después de todo, cumple con su cargo.
El Estado y la nación debemos mostrar madurez. El Perú no debe ser un país emotivo y caótico. Debemos ser una nación racional y disciplinada. Nos corresponde a nosotros actuar con responsabilidad y desoír estos cantos de sirena que hoy son una invitación al desorden y a la inestabilidad financiera.
El Perú deberá concentrar sus recursos en agua y saneamiento, educación, seguridad y salud, sabiendo además que deberemos cumplir con las obligaciones contraídas por las APP ya firmadas.
Toda otra obra pública deberá ser postergada hasta que vuelvan los excedentes presupuestales. En las condiciones en que están las cuentas nacionales, tampoco se puede estudiar o hacer el túnel trasandino. Es decir, hay que predicar con el ejemplo. Un manejo responsable de las cuentas nacionales garantizará la estabilidad del país y, por ende, el sistema democrático que es inseparable del desarrollo nacional.
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