En cinco años celebraremos 200 años desde la declaración de nuestra independencia. Pero ¿cuánto de este tiempo lo hemos pasado bajo la tutela de los prestamistas internacionales, sin independencia y con la pérdida significativa de nuestra soberanía?
Quién podría olvidarse del legado del velascato, que no cimentó precisamente nuestra independencia. Con sus inversiones, y endeudamiento desmedido para financiarlas, nos entregaron “vencidos” a nuestros prestamistas internacionales.
Quién podría olvidar los paquetazos económicos dictados por el FMI que subían los precios de los alimentos, combustibles y el costo de vida en general. A los políticos y a los peruanos, vencidos por nuestra propia codicia, no nos quedó otra respuesta que la capitulación resignada e incondicional. No había dinero ni para mantener las principales carreteras del país, que fueron totalmente abandonadas. Dejamos de ser un país soberano. Los políticos se volvieron mandatarios de los prestamistas extranjeros.
Parece que no hemos aprendido esta lección, estamos dispuestos nuevamente a poner en juego nuestra soberanía e independencia, como un ludópata que ilusamente cree que “esta vez la suerte sí le sonreirá”, cuando sabemos que no es un tema de suerte, sino de realidad.
Alegremente, sin que nadie nos obligue, tomamos deudas a nombre de la nación, apostando a que las inversiones nos hagan ganar lo suficiente para pagar los intereses y reembolsar el capital prestado. Es falsa la afirmación que la infraestructura de transporte viene “con su pan bajo el brazo”. Lo más cruel es que todas las inversiones grandes que hemos efectuado en la última década tenían y tienen una rentabilidad financiera negativa. Peor aun, los expedientes que sirvieron para su aprobación así lo alertaban. Pero los justificaron bajo el argumento de tener “rentabilidad social”. Que, por cierto, es dudosa. Aunque para un grupo pequeño de privilegiados es cierta.
Todos los proyectos de infraestructura de transporte que se están presentando bajo la formalidad de APP (‘Arrímale el Proyecto al Público’), además de ser sobredimensionadas, tienen una rentabilidad financiera negativa. Entonces, ¿de dónde obtendremos los recursos necesarios para pagar la deuda?
Hoy, que nos enorgullecemos de ser libres e independientes, ¿dónde están los peruanos que se oponen al fácil endeudamiento a costa de nuestra independencia? No hay ningún prestamista poniéndonos la pistola en la sien y obligándonos a endeudarnos. Es nuestra entera responsabilidad.
En el 2014 el MEF pronosticaba que la deuda pública para el período 2015-2017 continuaría “reduciéndose de 19,8% del PBI al 17,5% del PBI”. La realidad probó lo contrario y demostró lo vulnerables que somos. Para el 2016 la deuda pasará el 25% del PBI. El déficit, para los próximos cinco años, será de por lo menos 3% anual y con muchas probabilidades de que este aumente significativamente.
La deuda en el 2021 superará el 35% del PBI. Sabemos, por otro lado, que los intereses históricamente bajos también comenzarán a subir. Todo ello hace la receta perfecta para que el pago de la deuda pública vuelva a ser la primera partida del presupuesto nacional.
Muchos aseguran que hay proyectos necesarios y me preguntan cómo hacerlos. La respuesta es clara: con recursos propios, no con endeudamiento. Salvo en infraestructura para educación, salud y seguridad. Para obtener recursos propios hay que comenzar por ordenar las cuentas públicas, aumentando las rentas, acabando con la informalidad que no tributa, y reduciendo el gasto corriente que en los últimos años ha crecido fuera de control, producto de un pobre manejo del Ejecutivo.
La aplicación de estas dos recetas producirá un superávit fiscal, no sobredimensionado, que manejado profesionalmente permitirá inversiones responsables, correctamente evaluadas y estudiadas, sin lujos y sin corrupción. Pero siempre protegiendo los dos valores más importantes: nuestra independencia y la soberanía política del país.
Quién podría olvidarse del legado del velascato, que no cimentó precisamente nuestra independencia. Con sus inversiones, y endeudamiento desmedido para financiarlas, nos entregaron “vencidos” a nuestros prestamistas internacionales.
Quién podría olvidar los paquetazos económicos dictados por el FMI que subían los precios de los alimentos, combustibles y el costo de vida en general. A los políticos y a los peruanos, vencidos por nuestra propia codicia, no nos quedó otra respuesta que la capitulación resignada e incondicional. No había dinero ni para mantener las principales carreteras del país, que fueron totalmente abandonadas. Dejamos de ser un país soberano. Los políticos se volvieron mandatarios de los prestamistas extranjeros.
Parece que no hemos aprendido esta lección, estamos dispuestos nuevamente a poner en juego nuestra soberanía e independencia, como un ludópata que ilusamente cree que “esta vez la suerte sí le sonreirá”, cuando sabemos que no es un tema de suerte, sino de realidad.
Alegremente, sin que nadie nos obligue, tomamos deudas a nombre de la nación, apostando a que las inversiones nos hagan ganar lo suficiente para pagar los intereses y reembolsar el capital prestado. Es falsa la afirmación que la infraestructura de transporte viene “con su pan bajo el brazo”. Lo más cruel es que todas las inversiones grandes que hemos efectuado en la última década tenían y tienen una rentabilidad financiera negativa. Peor aun, los expedientes que sirvieron para su aprobación así lo alertaban. Pero los justificaron bajo el argumento de tener “rentabilidad social”. Que, por cierto, es dudosa. Aunque para un grupo pequeño de privilegiados es cierta.
Todos los proyectos de infraestructura de transporte que se están presentando bajo la formalidad de APP (‘Arrímale el Proyecto al Público’), además de ser sobredimensionadas, tienen una rentabilidad financiera negativa. Entonces, ¿de dónde obtendremos los recursos necesarios para pagar la deuda?
Hoy, que nos enorgullecemos de ser libres e independientes, ¿dónde están los peruanos que se oponen al fácil endeudamiento a costa de nuestra independencia? No hay ningún prestamista poniéndonos la pistola en la sien y obligándonos a endeudarnos. Es nuestra entera responsabilidad.
En el 2014 el MEF pronosticaba que la deuda pública para el período 2015-2017 continuaría “reduciéndose de 19,8% del PBI al 17,5% del PBI”. La realidad probó lo contrario y demostró lo vulnerables que somos. Para el 2016 la deuda pasará el 25% del PBI. El déficit, para los próximos cinco años, será de por lo menos 3% anual y con muchas probabilidades de que este aumente significativamente.
La deuda en el 2021 superará el 35% del PBI. Sabemos, por otro lado, que los intereses históricamente bajos también comenzarán a subir. Todo ello hace la receta perfecta para que el pago de la deuda pública vuelva a ser la primera partida del presupuesto nacional.
Muchos aseguran que hay proyectos necesarios y me preguntan cómo hacerlos. La respuesta es clara: con recursos propios, no con endeudamiento. Salvo en infraestructura para educación, salud y seguridad. Para obtener recursos propios hay que comenzar por ordenar las cuentas públicas, aumentando las rentas, acabando con la informalidad que no tributa, y reduciendo el gasto corriente que en los últimos años ha crecido fuera de control, producto de un pobre manejo del Ejecutivo.
La aplicación de estas dos recetas producirá un superávit fiscal, no sobredimensionado, que manejado profesionalmente permitirá inversiones responsables, correctamente evaluadas y estudiadas, sin lujos y sin corrupción. Pero siempre protegiendo los dos valores más importantes: nuestra independencia y la soberanía política del país.
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