Algunos han visto el largo debate
de dos días en el Congreso la semana pasada como una ordalía que tuvo que pasar
el Gabinete para obtener el voto de confianza, pero en realidad el ejercicio
terminó siendo, a mi juicio, pese a todo, muy constructivo y promisorio.
No solo ni principalmente por el
voto de confianza casi unánime que obtuvo el Gabinete Zavala, que fue un alivio
nacional, sino por la forma en que se obtuvo, producto de un intercambio real
de preguntas y respuestas con sentido.
Es decir, hubo un diálogo
significativo. No se trató del clásico ritual de ataques desaforados o
demagógicos de un lado, y respuestas desganadas o despectivas del otro, como
hemos presenciado tantas veces, sino del señalamiento por parte de la oposición
de carencias sustantivas en la presentación del primer ministro –cómo se
recibió el Estado, situación real de la economía y cómo se van a financiar los
programas anunciados considerando el creciente déficit fiscal existente–, que
fueron suficientemente absueltas por el primer ministro y el de Economía en sus
intervenciones finales.
Es decir, hubo una secuencia
clara de tres actos: 1. Preguntas claras sobre vacíos en la presentación; 2.
Respuestas satisfactorias que llenaron esos vacíos; 3: Aprobación.
Una trama, un libreto,
perfectamente racional. Que, por añadidura, resultó conveniente a la postre
para el propio gobierno porque puso en evidencia que la situación heredada era
peor de lo que suponíamos. Y todo esto con el agregado no menos importante de
un pedido justo de disculpas por ofensas recibidas en la campaña que también
fue satisfecho con mucha clase por el ministro Basombrío. Heridas cerradas. Más
no se puede pedir.
Si esta dinámica marca la pauta,
lo que tendremos es una relación entre gobierno y oposición (Fuerza Popular)
basada predominantemente en la razón y no en la pasión o en el cálculo político
inmediatista.
De hecho, se anunció que los
ministros irían a las comisiones antes de solicitar las facultades delegadas
para explicar por qué se necesitan, y anteayer la Comisión de Presupuesto
aprobó el proyecto de ley que suaviza la reducción del déficit fiscal hasta el
2021.
Parece que será posible el
intercambio racional de argumentos y propuestas. Pero no basta. El Congreso
debería dar el siguiente paso: el acuerdo general en lugar del tratamiento
proyecto por proyecto. Porque lo que estamos viendo es ya la proliferación
incontenible de proyectos de ley.
Cada congresista presenta los
suyos y no existen prioridades derivadas de un acuerdo que establezca grandes
objetivos y reformas y desprenda de allí una agenda legislativa que permita
avanzar sin desperdiciar tiempo y energía en una miríada de iniciativas
dispersas e inconexas.
Esto es fundamental si queremos
hacer las reformas indispensables para pegar un salto hacia adelante y no
quedarnos estancados para siempre en la trampa del ingreso medio.
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