En primavera se pronosticó mucho sobre quién saldría más perjudicado
si los británicos decidían salir de la Unión Europea. Nos dijeron que la
economía británica se sumiría en una recesión, el sistema bancario se hundiría
y la eurozona se llevaría un golpe funesto. Sin embargo, la verdadera víctima
ha sido la reputación de los economistas profesionales. Con contadas
excepciones, predijeron que el Reino Unido iría directo a una recesión a
consecuencia del Brexit pero el país marcha igual de bien, como el resto de
Europa. Sin duda es una calamidad por la que la profesión se merece una buena
paliza o cuando menos que se plantee varias preguntas.
Si rebobinamos varias semanas atrás y prestamos atención a algunos de
los pronósticos sobre las consecuencias probables del Brexit, pensaríamos que
el Reino Unido y de hecho el planeta entero estaría entrando en una recesión a
estas alturas.
Nada más concluirse el referéndum, los cuentanúmeros de todos los
grandes bancos de inversión, los organismos políticos y los reguladores
coincidían en predecir que el parón de la actividad económica sería brusco y
repentino. Blackrock, el mayor gestor de dinero del mundo, por ejemplo, dijo a
principios de julio que era probable una recesión. Barclays estimó un
crecimiento negativo en la segunda mitad del año y Bank of America una
ralentización profunda.
Resulta que no está pasando. En este mes obtuvimos los primeros datos
desde el referéndum y el guirigay político posterior. ¿Adivinan? Todo funciona
sorprendentemente bien. Los datos de la inflación indican un pequeño remonte en
la subida de precios pero el ritmo general sigue muy por debajo del objetivo
del Banco de Inglaterra del 2%.
El empleo va bien, con el número total de puestos de trabajo en
máximos históricos, y el paro ha vuelto a bajar. Las ventas al por menor, tal
vez la medida más exhaustiva de la salud en una economía minorista y de consumo
como la británica, eran mejores aun. Contra todas las expectativas, a los
consumidores no ha parecido importarles el caos de la salida de la UE y las
ventas interanuales han aumentado un 5,9%.
Tampoco hay mucha evidencia de daños en la economía europea en
general. La economía francesa e italiana son pésimas como siempre pero el
global de la eurozona, aunque no es que avance a pasos agigantados exactamente,
parece continuar como de costumbre. En efecto, los datos de la encuesta de
Markit publicados ayer martes indican que al contrario que ralentizarse, el
crecimiento se ha acelerado desde la votación.
Desde luego, la economía británica y sus grandes socios comerciales
allende el Canal de la Mancha podrían sufrir daños a largo plazo. Quizá suceda
que en 2021, por ejemplo, el Reino Unido solo crezca un 1,8% mientras que
siendo miembro de la UE y con pleno acceso al mercado único habría crecido un
2,1%. También puede que Holanda hubiera crecido solo un 11% en lugar del 1,3%
de haber disfrutado de un acceso más amplio al Reino Unido.
Lo cierto es que probablemente nunca lo sepamos. Hay tantos elementos
distintos en una gran economía desarrollada como la británica, del cambio
demográfico a los tipos impositivos comparativos, pasando por las tendencias de
productividad, que sería casi imposible distinguir cuál corresponde al abandono
de la UE y cuál no. La realidad es que el Brexit implicará que parte de la
economía vaya peor y otra mejor, y al final lo más probable es que no se note
demasiado la diferencia.
Pero eso no es lo que pronosticaron. Una amplia mayoría de economistas
de la corriente dominante, bancos y gestores de fondos predijeron un golpe
inmediato y severo para la economía británica a consecuencia del Brexit.
Llevados por ese consenso, muchos inversores vendieron libras y títulos
británicos. Nadie ha calculado aún el coste total del error de apreciación
sobre el Brexit pero seguramente se habrán sufrido pérdidas muy importantes.
Y eso exige una explicación apoyada en dos problemas, uno menor y otro
mayor. El menor es que casi todos los economistas han llegado a depender
demasiado de los datos de la confianza y las encuestas, en vez de los números
reales. Siempre iba a ser muy difícil averiguar porqué el Brexit conduciría a
una recesión inmediata, salvo por el argumento de que la confianza se iba a
llevar tal golpe que las empresas no invertirían y los consumidores no
gastarían. Eso ha resultado ser falso y habría sido mejor esperar a ver los
números reales antes de lanzar previsiones en un sentido u otro.
El mayor es que la mayoría de los economistas de los bancos, las
gestoras de fondos y los institutos políticos estaban tan comprometidos
personalmente con la permanencia en la UE que no podían imaginarse otra cosa
que un desenlace catastrófico si el Reino Unido se iba. Y eso no es en absoluto
aceptable. La economía no es una ciencia dura como la física pero debería ser
capaz de albergar más objetividad que eso. Nadie espera que los economistas
emitan pronósticos perfectos porque no es esa clase de ciencia, pero
equivocarse tan estrepitosamente en un suceso tan importante pone en duda su
relevancia y efectividad. Como poco, la próxima vez que haya una votación
importante con implicaciones globales, habremos aprendido a no escuchar a los
economistas.
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