Confieso que, al principio, yo iba a votar en contra de que la revoquen. Me parecía una incapaz, sí, es cierto. Pero una incapaz que había elegido la mayoría y que, por lo tanto, tenía que sufrirla hasta el final. Una lección de civismo, en suma, para que nunca más se eligiera a un fulano salido de la nada. Luego, cuando en una reunión social con algunos de sus simpatizantes sugerí un acto de contrición, un reconocimiento de que algo había hecho mal para llegar a la penosa situación en la que estaba, con un 70% a favor de que la larguen, fui cubierto de gritos de la cabeza a los pies.
No, ella no había hecho nada malo. Todo era una conspiración por ser mujer y por ser de izquierda, nada más. Entonces, por qué había ganado, preguntaba yo. Digo, siendo mujer y siendo de izquierda. Respuesta: gritos, gritos y más gritos. Ahí decidí que quienes no reconocían ningún error y que les gritaban a sus eventuales aliados eran unas nulidades políticas que no merecían mi voto.
Aun así me iba a lavar las manos, a votar viciado. Hoy no. Votaré a favor de que la manden a su casa. Lo del río llevándose su gestión en un torrente de mentiras mientras que para ella no pasa nada, burlándose de la ciudad, es la mejor prueba de que esta señora no debe estar donde está. Merece su suerte. Nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario