Santiago de Chile acaba de ser escenario de dos cumbres, a falta de una: la segunda de la Celac y la de la Celac-Unión Europea, que sentó en la mesa de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños al bloque que es, hasta el momento, el principal inversor extranjero en la región. Seguido cada vez más de cerca por la República Popular China.
Una mirada desdeñosa y con abierta sorna frente a este tipo de reuniones es la de medios como el Financial Times, que no perdió la oportunidad de divertirse a costa de las incongruencias que ocuparon casi todos los puntos de la agenda de este encuentro de dos mundos. En un editorial titulado “Silly in Chile”, el FT se burló de que Raúl Castro fuera designado presidente pro témpore del organismo, “lo cual sería cómico si no fuera tan trágico”, dado que Cuba ciertamente no es el epítome de la democracia liberal al estilo clásico.
Otra lectura u otra perspectiva sobre el mismo asunto es la que ofrecen dirigentes políticos europeos como Angela Merkel o Mariano Rajoy, que de seguro no se tomarían el trabajo de cruzar el Atlántico para asistir a citas irrelevantes o retóricas. Sobre todo, considerando que a nivel doméstico no la tienen fácil con los coletazos de una crisis dura de domar.
No deja de ser curioso que una empresa como la Celac, que unió en sus instancias fundacionales a dos países tan divergentes en política exterior como México y Venezuela, ante la tranquila expectación de Brasil, se vaya consolidando. Y que se naturalice con ello la idea de que es posible crear foros hemisféricos de amplio rango, sin la presencia de EE.UU. y Canadá.
Cada cual atiende su juego. Al final cada país atiende su propio juego y busca expandir sus propias posibilidades. De ese modo, Sebastián Piñera, intenta alcanzar en el ámbito de la política externa esa estatura de estadista que tan esquiva le ha sido en casa, a pesar de la retahíla de cifras positivas, en materia económica, que su ministro de Hacienda exhibe con tanto orgullo.
De paso, Piñera aprovechó la ocasión para desplegar esa suerte de Plan B que se llama Alianza del Pacífico. Donde pese al discurso machacón que insiste en que es una alianza sobre todo de carácter económico, es cada vez más evidente un sesgo ideológico libremercadista que apunta a contrabalancear el poder de la Unasur. Y con él, el de Brasil y los países del Atlántico.
En otros planos, Argentina se ocupa de agitar su reivindicación por las Malvinas. Bolivia, a través de Evo Morales, hace lo propio con el tema de la mediterraneidad de su país y de la salida al mar a través de Chile, como única solución a su enclaustramiento. Mientras, España pone énfasis en la necesidad de garantizar la “seguridad jurídica” de las inversiones; en especial, después de algunos traspiés, y buscando asegurar los retornos de de las ganancias de bancos y telefónicas, que tanto alivio llevan a sus casas matrices en Europa.
Como sea, y aun cuando la Celac no es un bloque homogéneo en lo que dice relación con variables macroeconómicas, políticas industriales o estrategias de desarrollo, lo inusual de esta cumbre birregional es que muestra a AL como uno de los polos más dinámicos y “sanos” de la economía mundial. En tanto, el Viejo Mundo sigue anclado a los efectos de una crisis prolongada que, junto con destruir empleos de manera serial, ha dejado la autoestima europea bastante magullada.
El sueño europeo hace agua. Es cosa sólo de ver cómo el “euroescepticismo” hace nata, tanto a derecha como a izquierda. Por un lado, los tories británicos amenazan con desvincularse del todo de la UE, si es que Cameron consigue reelegirse. Y en Grecia, y otros países PIGS, en el otro extremo del arco político, se resiste la idea de una Unión hegemonizada por los bancos alemanes.
Estos movimientos centrífugos, que se combinan con el renacer de los nacionalismos más xenófobos y un nivel de desempleo que sólo en España es similar, en términos porcentuales, al de la República de Weimar que precedió al fascismo en Alemania, tienden a instalar la percepción de que el trabajoso proceso de construcción de la UE puede saltar en cualquier momento por los aires.
De hecho, un grupo de intelectuales variopinto, que reúne firmas como las de Umberto Eco, Claudio Magris, Salman Rushdie, Bernard-Henri Levy y Fernando Savater, acaba de publicar un manifiesto en el que afirma, en forma rotunda, que “Europa no está en crisis, está muriéndose. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como idea. Europa como sueño y como proyecto”.
Y añaden: “Antes se decía: socialismo o barbarie. Hoy hay que decir: unión política o barbarie. Mejor dicho: federalismo o explosión y, en la locura de la explosión, regresión social, precariedad, desempleo disparado, miseria. Mejor dicho: o Europa da un paso más hacia la integración política, o sale de la Historia y se sume en el caos. Ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte”.
El pronóstico suena lapidario para una integración que se empezó a construir con la Comunidad del Carbón y el Acero, en 1951, y concluyó con la creación de una moneda común, el euro, que entró en vigencia el 1 de enero de 2002.
Y al lado de esa pesimista presente tenemos, en cambio, a una Cleac rozagante que, liberada ya de las políticas de ajuste perennes del BM y el FMI, es capaz de incorporar a grandes sectores al consumo con medidas contracíclicas y neokeynesianas. Justamente, la versión antagónica de las recetas que se aplican en Europa, donde los recortes fiscales parecen ser sangrías adicionales en el cuerpo extenuado de un moribundo.
Una Celac que no lo debe estar haciendo tan mal, si es que países como EE.UU., Japón y China, piden el estatus de observador de sus encuentros. Solicitud que, finalmente, se rechaza, lo que demuestra de manera palmaria cuánto han cambiado los vientos desde que los países tradicionalmente débiles se atreven a desafiar a los poderosos.
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