sábado, 11 de agosto de 2012

EL COMERCIO. (Editorial) Llegando a mal puerto

El ministro de Transportes ha instalado una nube negra en el horizonte: ha anunciado que en la próxima concesión del puerto de Pisco habrá una participación de Enapu, luego de que esta empresa sea fortalecida. Y que los puertos de Ilo, Salaverry e Iquitos serán modernizados bajo el esquema de asociación público privada, solamente una vez que el gobierno lleve a cabo este fortalecimiento de la empresa estatal. Pareciera que al gobierno le preocupara más Enapu que los puertos del Perú y el desarrollo del comercio exterior. Porque es un hecho que la administración de la empresa estatal ha sido un desastre. Ocupamos el puesto 98 de 142 economías en lo que respecta a la calidad de la infraestructura portuaria, según el Índice Global de Competitividad 2011-2012. Chile figura en el puesto 34. Y unos años atrás, antes del nuevo Muelle Sur concesionado, estábamos aun peor, en el antepenúltimo lugar en el mundo. Eso es Enapu. ¿Por qué, entonces, en lugar de liquidarla, se la quiere premiar “fortaleciéndola”?¿Cuánto tiempo tomará fortalecer una empresa tan ineficiente? Y, más interesantemente aún, ¿cómo así se logrará que llegue a ser eficiente alguna vez si va a mantener todos los incentivos contraproducentes que caracterizan por naturaleza a las empresas estatales? ¿No es esto, en el fondo,el anuncio de una postergación sine díe de las concesiones?
Hubiéramos creído que estaba claro que ya habíamos perdido suficiente tiempo en este tema. A diferencia de Chile y Colombia, que nos han sacado enorme ventaja en modernización de puertos precisamente porque los han concesionado, el Perú se demoró casi diez años entre la primera concesión que hizo, la del puerto de Matarani, en 1999, y la segunda que logró ejecutar, la del Muelle Sur del Callao. Todo ello debido a la misma perseverancia en el error que ahora nos lleva a reconstruir una entidad inútil. La historia de Matarani es un buen ejemplo de a dónde podríamos estar en esta materia si no hubiésemos insistido en optar por el camino en el que ahora queremos profundizar. La empresa concesionaria, que recibió el puerto con un flujo de un millón de toneladas anuales, cerrará este año con casi cuatro millones, luego de haber invertido 40 millones de dólares en infraestructura. Hace más de un año presentó un proyecto de ampliación por 140 millones de dólares que, aunque parezca mentira, no ha sido aprobado hasta ahora. Otro ejemplo es el del Muelle Sur,en el Callao. Gracias a la concesión este puerto se está convirtiendo en ‘hub’: en vista de que ahora sí pueden acoderar los gigantescos barcos súper post panamax, de 337 metros (más de tres cuadras) de largo, las líneas navieras están orientando rutas al Callao como puerto principal, para desde ahí reembarcar la mercadería a Chile y otros países con barcos más pequeños. Para nuestra mercadería eso supone costos menores de transbordo, y un ahorro de 21 mil dólares en el flete por barco (según la Autoridad Portuaria), para beneficio del consumidor peruano, de las exportaciones y de la consecuente generación de empleo. Por otra parte, ahora los barcos son atendidos ya no en 4 días en promedio, como sucedía con Enapu, sino en 12 horas. Todo, gracias a una inversión de más de 400 millones de dólares en obras, dragado y compra de 18 grúas de patio y 6 grúas súper post panamax, en un puerto que hasta hace pocos años, luego de décadas administrado por Enapu, era el único puerto importante del Pacífico que no tenía una sola grúa (así como suena: ni una).
¿Cómo se explica, entonces, que un gobierno “nacionalista” opte por una entelequia estatista ineficiente en claro detrimento del interés nacional, en este caso expresado en la recuperación de la preeminencia del Callao frente a puertos de otros países y en la generación de más empleos y productos más baratos para los peruanos? Hay dos opciones. O estamos ante un caso de clientelismo político, donde de lo que se trata es de intercambiar favores con gremios poderosos a costa del resto del país, o estamos ante una (persistente) rebelión contra la razón, donde se cree que se pueden seguir haciendo las mismas cosas y obtener resultados diferentes. Sea la que fuese, una cosa está clara: con ninguna de las dos opciones llegaremos a buen puerto.

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