En
este Diario reconocemos que la solidez macroeconómica constituye una parte muy
importante de los cimientos sobre los cuales se construyen las inversiones. Una
inflación poco volátil, un crecimiento sostenido de la economía o la capacidad
del Estado para afrontar sus deudas, al fin y al cabo, son elementos que
brindan tranquilidad para que una inversión pueda ser rentable en el largo
plazo. Pero no podemos taparnos los ojos frente a la realidad: pecaría de
inocente quien creyese que esto es suficiente para fomentar las inversiones y
mantener el ritmo de crecimiento.
¿De
qué sirve que existan todas las condiciones anteriores si no se cuenta con la
garantía de que el Estado respetará las reglas de juego que él mismo ha puesto
y en las que confían las personas al momento de arriesgar su dinero en el país?
De poco sirve la estabilidad monetaria, por ejemplo, si las empresas saben que
las licencias que obtienen pueden ser desconocidas y sus operaciones
paralizadas en cualquier momento. Después de todo, en el Perú los permisos
estatales equivalen solo a una declaración de buenas intenciones, ya que se
renegocian cada vez que una turba toma una carretera. Igualmente, para
incentivar los negocios, de poca utilidad resulta un presupuesto fiscal en azul
si las leyes que sancionan la violación de la propiedad son solo
recomendaciones. No olvidemos que nuestro Estado brilla por su ausencia cuando
debe sancionar a los extremistas que asaltan o incendian edificios para
forzarlo a ceder ante sus pedidos. En pocas palabras, de nada sirve la
estabilidad macroeconómica si las reglas e instituciones que garantizan que las
empresas continúen con sus actividades son absolutamente inestables.
No
creamos, por lo demás, que este es un problema que solo afecta a las grandes
empresas extranjeras. Varios de los principales perjudicados por esta situación
son nuestros inversionistas nacionales, especialmente los pequeños. Hoy, ellos
temen poner una bodega en una calle cajamarquina que sea atacada por una
manifestación violenta e ilegal o que se frustre su negocio si se bloquea la
carretera por la que viajan sus productos. Y no nos olvidemos tampoco de los
peruanos que, a raíz de esto, se quedan sin oportunidades de trabajo. Todas
aquellas personas, por ejemplo, que podrían haber sido empleadas si no se
hubiera espantado a la inversión turística en Cajamarca debido a que el
gobierno demostró su incapacidad de garantizar la paz, el orden y la ley en esa
ciudad.
El
comportamiento del Estado en Conga, aquel tremendo elefante en la sala, no
puede ser ignorado por los inversionistas. Y es que si el gobierno falla
haciendo cumplir las leyes que aseguran la estabilidad de los negocios, los
fundamentos macroeconómicos serán un apoyo tan sólido para las inversiones como
una telaraña que, salvo en la canción de cuna, es imposible que soporte a un
paquidermo.
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