miércoles, 8 de agosto de 2012

EL COMERCIO (Editorial). Un elefante se balanceaba...

Poco más de dos semanas antes del cambio de Gabinete Ministerial, la agencia calificadora de riesgo Moody’s resaltaba la solidez macroeconómica peruana para enfrentar la crisis europea, dejando entrever una posible mejora en el ránking crediticio del país, que ya en diciembre del 2009 había obtenido el preciado “grado de inversión”. Una semana después, sin embargo, tras la tercera renovación de Gabinete en un año, la agencia estadounidense advirtió que “el cambio de Gabinete en el Perú perjudica su calificación crediticia”. Dicho comunicado también muestra, entre otras cosas, que los cambios representan “un reconocimiento implícito de parte del Gobierno Peruano” de que la estrategia para abordar el problema de Conga “no ha sido eficaz”. Textualmente: “Si las autoridades son incapaces de ocuparse de manera efectiva de la situación, esto amenaza con desbaratar un número de importantes proyectos mineros y socavar las perspectivas del futuro crecimiento del país”. Rápidamente el Gobierno intentó calmar las aguas. El ministro de Economía declaró que el Gobierno toma con seriedad la opinión de Moody’s, pero que hay que relativizar la gravedad del informe pues “el Perú tiene sólidos fundamentos macroeconómicos, que es el rasgo principal que determina la capacidad de pago de una región”.
En este Diario reconocemos que la solidez macroeconómica constituye una parte muy importante de los cimientos sobre los cuales se construyen las inversiones. Una inflación poco volátil, un crecimiento sostenido de la economía o la capacidad del Estado para afrontar sus deudas, al fin y al cabo, son elementos que brindan tranquilidad para que una inversión pueda ser rentable en el largo plazo. Pero no podemos taparnos los ojos frente a la realidad: pecaría de inocente quien creyese que esto es suficiente para fomentar las inversiones y mantener el ritmo de crecimiento.
¿De qué sirve que existan todas las condiciones anteriores si no se cuenta con la garantía de que el Estado respetará las reglas de juego que él mismo ha puesto y en las que confían las personas al momento de arriesgar su dinero en el país? De poco sirve la estabilidad monetaria, por ejemplo, si las empresas saben que las licencias que obtienen pueden ser desconocidas y sus operaciones paralizadas en cualquier momento. Después de todo, en el Perú los permisos estatales equivalen solo a una declaración de buenas intenciones, ya que se renegocian cada vez que una turba toma una carretera. Igualmente, para incentivar los negocios, de poca utilidad resulta un presupuesto fiscal en azul si las leyes que sancionan la violación de la propiedad son solo recomendaciones. No olvidemos que nuestro Estado brilla por su ausencia cuando debe sancionar a los extremistas que asaltan o incendian edificios para forzarlo a ceder ante sus pedidos. En pocas palabras, de nada sirve la estabilidad macroeconómica si las reglas e instituciones que garantizan que las empresas continúen con sus actividades son absolutamente inestables.
No creamos, por lo demás, que este es un problema que solo afecta a las grandes empresas extranjeras. Varios de los principales perjudicados por esta situación son nuestros inversionistas nacionales, especialmente los pequeños. Hoy, ellos temen poner una bodega en una calle cajamarquina que sea atacada por una manifestación violenta e ilegal o que se frustre su negocio si se bloquea la carretera por la que viajan sus productos. Y no nos olvidemos tampoco de los peruanos que, a raíz de esto, se quedan sin oportunidades de trabajo. Todas aquellas personas, por ejemplo, que podrían haber sido empleadas si no se hubiera espantado a la inversión turística en Cajamarca debido a que el gobierno demostró su incapacidad de garantizar la paz, el orden y la ley en esa ciudad.
El comportamiento del Estado en Conga, aquel tremendo elefante en la sala, no puede ser ignorado por los inversionistas. Y es que si el gobierno falla haciendo cumplir las leyes que aseguran la estabilidad de los negocios, los fundamentos macroeconómicos serán un apoyo tan sólido para las inversiones como una telaraña que, salvo en la canción de cuna, es imposible que soporte a un paquidermo.

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