1. La primera de ellas, el título. «La naranja mecánica» procede de una expresión popularcockney (una zona de Londres) que el autor escuchó en un pub de la capital: «As queer as a clockwork orange» (Tan raro como una naranja mecánica). Una expresión y una imagen «tan surrealista como obscenamente real», aseguraba el escritor; una maldad tan extrema que es capaz de «subvertir la naturaleza» y convertir una fruta en un autómata. Cuando unos años más tarde se le ocurrió una idea para una novela de ficción sobre un grupo de delincuentes juveniles, pensó que «La naranja mecánica» era el único título posible.
2. El argumento. Antes de empezar a escribir, Burgess había leído «en alguna parte» que sería una buena idea liquidar el instinto criminal empleando una «terapia de aversión». Un método de condicionamiento conductual que al autor le horrorizaba en la medida en que anulaba la capacidad de elección consciente del individuo:«Mejor ser malvado por decisión propia que bueno por lavado del cerebro», aseguró Burgess. Eso es lo que diferencia al hombre de... una naranja mecánica, es decir, de «un hermoso organismo con color y zumo» sin una gota de voluntad. El autor se opuso a esta forma de «violencia legitimada» –la agresión social contra la libertad individual lo es– a pesar de haber sufrido él mismo los efectos de la más detestable actividad humana: a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuatro soldados estadounidenses violaron a su mujer, que estaba embarazada. Ella perdió el bebé a causa de la paliza recibida, y él no escatimó en escenas sexuales desagradables en el libro.
3. El protagonista: Alex DeLarge (Malcom McDowell). «Le di ese nombre por su naturaleza internacional (no podría existir un chico británico o ruso llamado Chuck o Butch) y por otras connotaciones irónicas», señalaba el autor. En primer lugar, es el diminutivo de Alejandro Magno (Alexander the Great), «aquel que conquistó el mundo», pero con el tiempo fue vencido, quedó impotente y sin palabras. Alex reúne tres atributos que Burgess consideraba esenciales en el hombre: emplea un lenguaje elocuente y a menudo inventa palabras, ama la belleza (y la encuentra en la música de Beethoven por encima de todo) y es agresivo. Un antihéroe (un ladrón, un violador y un eventual asesino) para el que el camino correcto siempre estuvo abierto, pero decidió obviarlo hasta la edad adulta.
4. El lenguaje nadsat. «Teníamos los bolsillos llenos de dengo, de modo que no había verdadera necesidad de crastar un poco más, de tolchocar a algún anciano cheloveco en un callejón, y videarlo nadando en sangre mientras contábamos el botín...». Dengo, tolchocar y cheloveco significa en realidad golpear, dinero e individuo. El autor empleó una versión rusificada del inglés, según sus propias palabras, para amortiguar la violencia de las escenas. Una cortina que oculta lo que de por sí ya era bastante explítico, invitando al lector a participar en un juego de interpretación y ambigüedad. «Convierte el libro en una aventura lingüística», señalaba el escritor, «pero la gente prefiere la película porque el lenguaje los asusta, y con razón».
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