El domingo pasado muchos lectores de este Diario fueron zamaqueados – casi electrocutados – por un aciago titular. Según este (que estaría basado en un sesudo estudio) “en quince años puede colapsar el modelo económico del país”. El aludido colapso no sucedería en quince días, ni en quince semanas, ni en quince meses. Sucedería, implacablemente, en alrededor de quince años.
Siempre he pensado que la autocomplacencia es mala consejera y que anticipar inconvenientes es algo aconsejable. Sobre todo, dado que no hemos completado las reformas requeridas para construir una economía local competitiva y dado que la economía mundial (de la cual dependemos hasta la médula) es hoy particularmente vulnerable a las consecuencias de los errores económicos y financieros norteamericanos y europeos.
Pero una cosa es anticipar complicaciones y otra muy diferente es predecir colapsos (al estilo maya). Los economistas sabemos que no podemos predecir crisis. Hacerlo, aunque popular, es algo muy torpe. Por ello, no resulta casual que la predicción aludida se base en una vieja creencia: que tenemos una peligrosa dependencia extractiva. Puntualmente, que dependemos de las exportaciones de materias primas. Sobre esta cantaleta plantean barbaridades como que el continuar captando inversiones mineras formales resultaría algo terrible. Pero esto no es todo. Según la nota periodística, los autores aluden a la urgencia de cambiar el modelo y de diversificarnos hacia una distribución sectorial más equilibrada (algo muy parecido a lo planteado por la corrupta dictadura velasquista décadas atrás). En otras palabras, un calco políticamente correcto –por decir lo menos– de las barbaridades planteadas por el candidato Humala en la “Gran Transformación” (ideas con las que este último casi pierde la elección).
Pero es cierto. El Perú hoy aún tiene una economía vulnerable. Abandonamos a la mitad la tarea de reformarnos y nos hemos dedicado a flotar pasivamente con buenos precios externos. Hasta la recaudación tributaria se explica por los precios de exportación tradicional. Por ello, lejos de abandonar el modelo (entendido como lo que hemos aprendido en manejo de la estabilidad monetaria y la apertura comercial), requerimos avanzar mucho más. Reformar agresivamente la administración pública, tercerizar a privados lo que haya que tercerizar, dejar flotar el dólar, flexibilizar el mercado de trabajo y ambicionar: apostando a parecernos a Singapur y no a Bolivia o Argentina.
¿Y sobre el colapso? Si repetimos la receta velasquista, con seguridad nos hundiremos penosamente, pero sin fechas. De hacerlo, conforme se noten los deterioros, estos economistas –con ideas colapsadas– achacarán la caída a quienes traen el pan (los exportadores mineros).
No hay comentarios:
Publicar un comentario