Irresponsables y fuera de lugar han sido las declaraciones del presidente Ollanta Humala, refiriendo que el señor Hugo Chávez es “un ejemplo a seguir” en América Latina. Quisiéramos creer que un exceso de adulonería o mimetización con el fúnebre ambiente venezolano lo llevó a proferir tamaño despropósito, pero otras declaraciones esgrimidas en sus famosas “primeras piedras”, con procaces referencias a la oposición y señalamientos tangenciales sobre su “gran transformación”, generan preocupación y amenaza sobre nuestra aún frágil democracia peruana.
Chávez fue un dictador, tengámoslo claro. A algunos despistados o sobones de librea les gusta decir “ganó elecciones”, pero es que no saben que ganar elecciones de por sí no te hace demócrata sino, más bien, respetar el Estado de Derecho durante tu mandato. Los dictadores también hacen “elecciones” para pintarse de demócratas aunque pisoteen todas las libertades públicas. Ceaucescu, Enver Hoxha, y hasta el mismo Hitler, ganaban abrumadoras elecciones, muchas veces, incluso, sin necesidad de recurrir al fraude, pues ya tenían dominados los cerebros de sus conciudadanos.
Hugo Chávez tuvo la osadía de manifestar que iba a quedarse en el poder hasta el 2030 y “pa’lante”, olvidando, como los emperadores romanos, que los hombres somos mortales. Todos los resortes electorales los manejaba su gobierno. Desde el voto electrónico, que hace imposible para la oposición una vigilancia adecuada, hasta la filiación de todos los tribunales electorales, pasando por una maquinaria partidaria violenta y procaz alimentada ingentemente con recursos públicos, configuraban en Venezuela una dictadura, no una democracia.
Y si bien es cierto que ese es un problema de los venezolanos, el que el presidente del Perú, en lugar de expresar su pesar natural por la muerte de un jefe de Estado de un país hermano, nos hable de ese “ejemplo”, que ni el señor Evo Morales ni el mismísimo señor Ortega han señalado, debiera merecer, cuando menos, una disculpa o rectificación.
El uso de los recursos del Estado para financiar campañas electorales, moneda corriente en Venezuela, y que hoy es practicada directamente por la señora Susana Villarán para defenderse de la revocatoria, se puede convertir aquí también en práctica común si, como es a todas luces evidente, se insistirá en imponer la candidatura de la señora Nadine Heredia en las elecciones del 2016. Si ese es el “ejemplo a seguir”, Dios nos coja confesados.
Ollanta Humala ha tenido la sagacidad de respetar el discurrir histórico contemporáneo de nuestro país, tanto en lo político como en lo económico. Eso le permite gozar de la tranquilidad de una aceptación holgada y de un crecimiento económico con reducción de la pobreza de los mejores del mundo, cosas que, por supuesto, no tiene, ni por asomo, Venezuela.
El señor Chávez tuvo las pretensiones de inmiscuirse varias veces en nuestros asuntos internos, respaldando la dictadura de Fujimori, que lo apoyó en su intento de derrocar al gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez, y luego en la campaña del 2006, despotricando contra varios candidatos y financiando al hoy presidente peruano, según diversas informaciones de prensa. Tampoco fue amistoso con el Perú al promover y albergar a senderistas y emerretistas en Venezuela como infantería de demolición contra los mítines de la oposición.
No, señor Humala. Respetamos el duelo venezolano, pero no, Hugo Chávez no es un ejemplo ni para América Latina ni para el Perú.
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