Indigna la clandestinidad que rodea el proceso de la enfermedad, en particular los sendos meses de misteriosa estancia en La Habana y, finalmente, las condiciones –pero sobre todo la fecha exacta– de la muerte del impresentable Hugo Chávez. Enoja asimismo la pasividad con que la izquierda acepta que su líder sudaca se suicidara tranquilamente, entregándose a la medicina cubana para que tratara lo que aparentemente habría sido un cáncer nunca precisado en qué parte del cuerpo; en vez de haber recurrido a centros clínicos especializados en el mundo occidental. Hasta en esto –en la vida y salud de las personas– la zurda es terrible.
También es reprobable que el impresentable intentara derrocar a un régimen democrático dando un golpe militar que produjo 14 muertes por lo que acabó en la cárcel. Es censurable asimismo que luego, durante catorce años, se empernara en el poder a través de una autocracia violatoria de las libertades. Es temerario que instalara en Venezuela un socialismo ultramontano a través de una estrategia que engatusó al pueblo, intoxicándolo de una demagogia enfermiza que ha acabado quebrando a uno de los países más ricos del orbe. Sin embargo lo más reprochable es que el impresentable quería hacer exactamente lo mismo en Latinoamérica, desdeñando que sus sociedades son soberanas, independientes y libres de elegir a sus propios dirigentes y gobernantes; de ninguna manera dispuestas a soportar a un foráneo que se atribuyera facultades que no le correspondían por ser sólo un ciudadano de Venezuela. Que hiciera lo que le diera la gana en su país ya era demasiado; pero que intentara hacerlo en otras naciones resultaba intolerable.
En este orden de ideas, irrita sobremanera que “los hombres” de Chávez le rindan tributos a un mesiánico que, por todo éxito en su torva existencia, exhibe el haber pretendido reimponer la revolución cubana en América Latina –visto el fracaso de Fidel “paredón” Castro de hacerlo el siglo pasado vía la revolución armada–, en esta oportunidad coimeando a sendos líderes políticos localeros, y financiando a frentes de defensa violentistas en casi todos los países de la región con el propósito de colocar en la presidencia a los candidatos radicales previamente seleccionados por la nomenklatura cubana, con órdenes de incrustar el comunismo en toda Latinoamérica. Porque la meta pérfida del impresentable, como la de Fidel, fue “radicalizar la lucha regional para construir la patria grande socialista americana”.
Por eso nuestro reproche, intransigencia y repulsa absoluta a Hugo Chávez Frías. Porque se atrevió a trasladar sus ideas totalitarias hacia el Perú, aprovechando la figura electoral del actual presidente Ollanta Humala, quien tras ganar las elecciones tuvo el acierto y el coraje de zafarse de la órbita chavo-castrista.
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