“Bergoglio conoce el poder, le gusta y lo ejerce. No va a permitir que le marquen el papado”, comenta un periodista argentino que solía charlar a menudo con él. Su despacho en la curia era un desfile constante de líderes políticos, sindicales y vecinales. Quienes lo conocen destacan su perfil de estratega metódico y calculador. También su eficacia como administrador de la arquidiócesis de Buenos Aires, cosa a tener en cuenta si se trata de afrontar las tormentosas finanzas del Vaticano y su Instituto para las Obras de la Religión (IOR). Algunos analistas argentinos dicen que es peronista y otros lo niegan. Lo cierto es que ha conocido de primera mano las soterradas luchas de poder dentro de un movimiento complejo como es el peronismo. Y que sabía muy bien cuándo era necesario dar un paso al frente y mostrarse ante los medios.
El día en que Benedicto XVI anunció su renuncia los especialistas situaban entre los claros favoritos al cardenal argentino Leandro Sandri, con quien mantenía una relación fría y distante. El portavoz del arzobispado no dudó en proclamar que el propio Bergoglio era tan papable como el que más. En aquel momento había que mostrarse al mundo y se mostró. El resto de la partida se jugaba en Roma.
La catedral de Buenos Aires, donde oficiaba misa el cardenal Bergoglio, se encuentra en mitad de la plaza de Mayo. Hasta un anciano de 76 años con una parte de uno de sus pulmones extirpada a los 21 años podría recorrer en menos de cinco minutos el trayecto que le separa de la casa presidencial. Sin embargo, Bergoglio nunca fue invitado a la Casa Rosada. El alcalde conservador de Buenos Aires, Mauricio Macri, por el contrario, solía verle a menudo. "Bergoglio es ante todo muy pragmático. Si conversa más con la oposición es porque los Kirchner le cerraron la puerta. Pero en realidad, Bergoglio se sentía muy decepcionado con la oposición por su ineptitud para crear un sistema de equilibrio democrático", indica el citado periodista.
Tras su elección se recordó que de niño tuvo una novia a la que le prometió que le iba a comprar una casa y vivirían juntos. “Y si no me caso con vos, me hago cura”, le escribió. Se conoció también que hubo un tiempo en que le gustaba bailar tangos, que escuchaba música clásica y leía a Dostoyevski. Que ejerció como profesor de literatura y de psicología y se permitió el lujo de llevar a clase a Jorge Luis Borges. Que era el gran adalid de la lucha contra la pobreza en las villas, los barrios más míseros de Argentina. Que era socio desde hace cinco años del equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro. Que se levantaba alrededor de las cuatro de la mañana y dedicaba tres horas a meditar. A las siete comenzaba a recibir gente y a las doce y media le servían un almuerzo rápido.
Bergoglio solía comer y cenar a solas en la curia, sin sentir vergüenza por ello, como un personaje de Gabriel García Márquez. Trabajaba con una máquina de escribir eléctrica y no con ordenador. Casi nunca se iba de vacaciones a ningún lado y solo viajaba cuando era estrictamente necesario acudir a Roma.
Se supo también que temía que su teléfono estuviese intervenido por el Gobierno. Y volvió a cernirse sobre él la sombra de su posible colaboración con la dictadura militar que mató a miles de personas entre 1976 y 1983. El director del diario Página 12, Horacio Verbitsky, publicó varias investigaciones en los últimos años en las que vinculaba a Bergoglio con la desaparición en 1976 de dos curas jesuitas: Orlando Yorio, ya fallecido, y Francisco Jalics, residente en Alemania.
Verbitsky publicó ayer el correo electrónico que le envió Graciela Yorio, hermana de Orlando, nada más enterarse del nombramiento: “No lo puedo creer. Estoy tan angustiada y con tanta bronca que no sé qué hacer. Logró lo que quería. Estoy viendo a Orlando en el comedor de casa, ya hace unos años, diciendo ‘Él quiere ser papa’. Es la persona indicada para tapar la podredumbre. Es el experto en tapar. Mi teléfono no para de sonar, Fito me habló llorando”. Fito es Adolfo Yorio, hermano del jesuita desaparecido.
“Mi hermano Orlando y Francisco Jalics trabajaban en la villa del Bajo Flores [barrio porteño donde nació el papa Francisco]. Me llama tanto la atención que a este Papa le llamen ahora el papa de los pobres, cuando en su día les pidió a mi hermano y a Jalics que dejaran el trabajo de las villas. Ellos se adherían a la Teología de la Liberación. Y él era el provincial de los jesuitas, los dejó sin protección”, explicó Graciela Yorio ayer a este periódico.
“Bergoglio publicó un libro, El Jesuita, donde dice que hizo gestiones ante los dictadores Alfredo Massera y Jorge Rafael Videla para que los liberaran. Yo me pregunto… Si fue así, ¿cómo es que a los familiares nunca nos habló de estas gestiones? Nos mintió a nosotros y también mintió al tribunal cuando fue citado como testigo por todo esto en 2010”, señaló Yorio, psicoterapeuta de 67 años.
“Fuimos por lo menos tres veces al colegio Máximo, en San Miguel, en la provincia de Buenos Aires a verlo. Mi hermano ya estaba secuestrado y recurrí a él para ver si había averiguado algo, si estaba vivo o muerto. Y nunca nos dio información. Y a la vez él fue dos veces a la casa de mi madre. Pero siempre tuvo el doble juego; preocuparse y por detrás hacer todas las maniobras necesarias para que lo secuestraran. Cuando mi hermano fue liberado en 1976, después de cinco meses encapuchado, engrillado y a oscuras, lo único que hizo fue pagarle su pasaje a Roma. Es increíble que este señor sea papa, aunque a lo mejor es el indicado, el que mejor representa el estado de la Iglesia actual”, indicó Graciela Yorio.
Mientras el joven Bergoglio estudiaba en el instituto llegó a trabajar en un laboratorio químico a las órdenes de Esther Ballestrino de Careaga, quien después sería secuestrada por el Gobierno militar en 1977. "Él dice que ella lo formó en la política y en el conocimiento de la historia, porque mi mamá era muy culta y activa", comentaba ayer a este periódico Mabel Careaga, una de las hijas de Ballestrino. "En 2005 aparecieron los restos de mi mamá. Quisimos enterrarlos en solar de la iglesia de Santa Cruz, porque era el último territorio libre que ellas habían pisado, el lugar donde la secuestraron. Le pedimos permiso a Bergoglio y él autorizó el entierro".
Respecto a la supuesta colaboración de Bergoglio con la dictadura en el secuestro de los dos jesuitas, Mabel Careaga cree que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario. "Pero, cuando hay acusaciones tan graves, habría que tenerlas en cuenta".
La reacción de Gobierno ante el nombramiento fue muy fría. La presidenta, Cristina Fernández, tardó una hora en felicitar al Papa con una carta de rigurosa formalidad protocolaria. En las redes sociales, la acogida del sector oficialista no fue más cálida que esa carta.
En el mismo artículo donde publicaba el mensaje de la hermana del jesuita desaparecido, el director de Página 12 escribió sobre el Pontífice: "Su biografía es la de un populista conservador, como lo fueron Pío XII y Juan Pablo II: inflexibles en cuestiones doctrinarias pero con una apertura hacia el mundo, y sobre todo, hacia las masas desposeídas. Cuando rece su primera misa en una calle del Trastevere o en la stazione Termini de Roma y hable de las personas explotadas y prostituidas por los poderosos insensibles que cierran su corazón a Cristo; cuando los periodistas amigos cuenten que viajó en subte o colectivo; cuando los fieles escuchen sus homilías recitadas con los ademanes de un actor y en las que las parábolas bíblicas coexisten con el habla llana del pueblo, habrá quienes deliren por la anhelada renovación eclesiástica. En los tres lustros que lleva al frente de la arquidiócesis porteña hizo eso y mucho más. Pero al mismo tiempo intentó unificar la oposición contra el primer Gobierno que en muchos años adoptó una política favorable a esos sectores, y lo acusó de crispado y confrontativo porque para hacerlo debió lidiar con aquellos poderosos fustigados en el discurso".
Sin embargo, el Papa contó con la ayuda de una de las voces más respetadas en Argentina en materia de derechos humanos, la del activista Adolfo Pérez Esquivel, Nobel de la Paz en 1980. Esquivel declaró a BBC Mundo que "no hay ningún vínculo" que relacione a Bergoglio con la dictadura. "Hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura, pero Bergoglio no", sentenció.
También salió en su defensa, la abogada Alicia Oliveira, quien era jueza en 1973 y al llegar la dictadura fue despedida y perseguida. "Nos veíamos dos veces por semana. Él acompañaba a los curas de la villa; estaba informada permanente por él de lo que sucedía allí. Me consta el compromiso de Jorge. Cuando alguien se tenía que ir del país, porque no podía permanecer un minuto más aquí, se lo despedía con una comida. Y él, siempre estaba", declaró Oliveira en Clarín.
Ni los halagos y las invitaciones constantes lo alejaron nunca de sus cenas solitarias. Tampoco los enfrentamientos con el Gobierno parecían afectarle demasiado. A unas y a otros parecía responder con un saludable distanciamiento.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/03/14/actualidad/1363296485_381379.html
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