¿Cuál es el historial de Rafael Correa, cancerbero del periodismo e hijo putativo del impresentable Chávez? Repasemos. Como buen déspota bolivariano persigue y denuncia a quien le dé la contra. Ha secuestrado al poder Judicial, de modo que consigue condenar al discrepante. Ejemplos sobran. Lo logró convocando a un referéndum en 2011 para que los ecuatorianos decidieran la “reestructuración” de aquel poder. Como es lógico, la gente quiere ver sangre cuando le hablan mal de los jueces. Precisamente la campaña que desarrolló Correa antes de esa consulta. Así incrustó a decenas de jueces propios. Gente incondicional, digitada desde palacio. ¿Recordamos el escándalo que armó la izquierda en el Perú cuando Fujimori hizo algo semejante? ¿Por qué entonces tanta benevolencia con Rafael Correa? Porque es zurdo, señores. Y la asimetría, como la hipocresía, constituye una vieja táctica de la izquierda para consolidarse. Con ello Correa construyó su arma de chantaje para implantar la censura previa en la sociedad. Nadie se atreve a escribir ni a hablar mal de él por pánico a acabar en alguna mazmorra. Copia y calco de Cuba. Porque la extorsión no sólo va dirigida a los medios. Intimida a toda la sociedad: desde políticos y académicos, a empresarios que no comulguen con las aplastantes ruedas de molino chavistas.
Correa, como alumno aplicado del impresentable, sigue el libreto de Fidel Castro –gurú de la izquierda latinoamericana y Geppetto del pinocho Correa–, dirigido a comunizar Latinoamérica a través de una mascarada –mal llamada democracia– que inocula el virus estalinista para forjar la eliminación del Estado de derecho, abolir las libertades y pauperizar la sociedad. Es decir, el arquetipo de la Cuba totalitaria que tanto admira el socialismo. El primer mandamiento castrista es castrar a quien hable mal del castrismo. Así la autocracia tiene cancha libre para imponer sus ucases violadores de las libertades y derechos humanos, a la vez que el escudo preciso para esconder la mugre de la corrupción que generan los gobiernos dictatoriales. Quien saque a la luz algún escándalo del gobierno acabará de patitas en la cárcel. Encima será condenado a pagar indemnizaciones millonarias al gobernante y, además, a pasar por la vergonzante humillación de pedirle perdón al jerarca. Igual sucede con quienes denuncien atentados contra la democracia. En esto Correa, como el impresentable, ha labrado un Estado draconiano que condena a quien reclame o denuncie. Mediante amenazas televisivas –las “sabatinas”– advierte a quien cree peligroso y lo neutraliza. Y este patán se jacta públicamente de haberse impuesto al presidente Ollanta Humala, exigiéndole el retiro de nuestro embajador en Ecuador para, recién entonces, él hacer lo propio con su ex representante acá, el pegalón Riofrío. Qué desfachatez.
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