jueves, 1 de noviembre de 2012

(Editorial El Comercio) Objeto volador no identificado

Hace unos días el ministro de Transportes y Comunicaciones anunció que promoverá el subsidio de boletos aéreos de rutas que no son rentables para las aerolíneas comerciales, con el objetivo de incrementar el número de pasajeros. En pocas palabras, será el Estado el que pague parte del pasaje de las personas que quieran viajar a algunas zonas del país.
Los subsidios estatales suelen despertar, y con razón, reparos en muchas personas. Para empezar, porque para subsidiar una actividad que no puede mantenerse por sí sola hay que extraer dinero de otras actividades que sí puedan hacerlo. Si el Gobierno, digamos, decidiera financiar a una empresa algodonera que no cubre sus costos, tendría para ello que cobrar tributos a ciudadanos que los hubiesen invertido, por ejemplo, en un negocio de espárragos que sí produjese ganancias. Así, por cada negocio deficitario que el Estado subsidia, en algún lugar deja de existir otro negocio que sí sería sostenible y que agregaría riqueza al país. Las empresas subsidiadas son como los vampiros de las leyendas: solo pueden vivir a costa de la sangre a otros.

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