Ha hecho muy bien Humala en recapacitar dando marcha atrás, quitándose de encima un lastre potencial que iba a tener que cargar y que, sin duda, le iba a complicar el gobernar. La creación de un monopolio estatal con la compra de La Pampilla y el retroceso a las políticas trasnochadas de la Gran Transformación hubieran sido un punto de quiebre, se habría marcado un antes y un después para su mandato.
En todo caso, de este episodio que tanto daño le ha causado a la credibilidad del gobierno frente a los mercados, deberíamos rescatar algo. Para empezar, Petroperú no puede seguir abandonado, ya que tiene enormes necesidades de capital para poder cumplir con su obligación ambiental. Incluso el monto en cuestión, 2 mil millones de dólares, es bien abultado y sería un crimen que lo tenga que aportar el Estado.
Sin embargo, la empresa no parece dispuesta a avanzar en la manera más adecuada de lograrlo, que es ofreciendo parte de su accionariado a inversionistas institucionales y a ciudadanos.
Más aún, hace 10 años se anunció el inminente listado en bolsa para la petrolera del Estado, pero el proceso aún ni siquiera se ha iniciado. Simplemente no ha existido interés alguno en llevarlo a cabo por parte de los funcionarios que la han manejado ni por los sucesivos ministros que han pasado por el cargo.
Así que en lugar de estar pensando en comprarse problemas adicionales deberían tratar de solucionar los que vienen arrastrando hace años. Para lo cual el ministro de Energía debería coordinar con el directorio de la empresa para fijar un plazo y llevarla lo antes posible al mercado.
De esa manera, financiarían la modernización de la Refinería de Talara, además de introducir transparencia en la forma como Petroperú se ha venido administrando. Es el colmo que tanto en la generación de contaminación como en la falta de gobierno corporativo sea el Estado el que peor ejemplo esté dando.
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