Tampoco hemos podido conocer de ninguna de las dos partes –ni conoceremos, aun después de la campaña– una verdadera y real relación de ingresos y gastos. Lo entregado hasta el momento es tan poco creíble que linda con lo ridículo, porque si contrastamos lo mostrado como proyección de gasto con las acciones realizadas, la publicidad hecha y las contrataciones anunciadas, nos daremos cuenta de que el SÍ y el NO ofenden nuestra inteligencia.
Todo lo anterior no ayuda, por supuesto, a tratar de optar racional y responsablemente por cualquiera de las alternativas en pugna.
Lo de los argumentos pareciera un tema de facilismo, ligereza e incapacidad. Es más fácil articular un insulto o una acusación que ofrecer una buena explicación. Pero lo de los gastos sí tiene mucho de viveza, y de intención de ocultar la verdad, porque obviamente a ninguno le conviene mostrar que gasta más que su oponente ni revelar quién le da plata por debajo de la mesa.
Ambos temas –el de los argumentos y el de los gastos– podrían ser, por reveladores, determinantes en el resultado.
Sin embargo, los mismos protagonistas, interesadamente, nos obligan a quedarnos solo con lo histriónico y lo emotivo. Todos apelan a la pasión y no a la razón, y buscan polarizar y manipular. Es más de lo mismo, sean los buenos o los malos.
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