Para empezar, no hay debate alguno sobre el futuro de la capital, que debería ser el tema central. Por el lado de Villarán –en su campaña a lo Benetton–, parecen estar en contra de todos los males de la humanidad, pero nadie les ofrece a los ciudadanos de Lima un programa de trabajo para los próximos dos años.
Más aún, considerando que la actual administración municipal recién apretó el acelerador cuando la revocatoria se convirtió en una amenaza real, habiendo firmado más concesiones y tomado más decisiones en los últimos 100 días que en los 22 meses anteriores de su mandato. Ante esos antecedentes, lo menos que podrían hacer es comprometerse a un plan detallado.
En el caso de los revocadores, ocurre una situación similar. Como no hay nadie liderando, no han planteado ninguna alternativa de cómo conducir la ciudad. Si se contara con una propuesta seria, los ciudadanos podrían, en el mismo acto, revocar y dar un apoyo tácito a la visión alterna que se les habría presentado. Lo que tendría que ser ratificado en una elección en el más breve plazo.
En suma, el no tener propuestas por parte de ninguno de los dos bandos no aclara el panorama ni facilita un voto meditado.
Por otro lado, las autoridades electorales están contribuyendo a la confusión, no hay ninguna labor de difusión –uno de cada seis de los que votarían por el Sí creen que están apoyando a Villarán– y tampoco cumplen su función de fiscalizar las fuentes de financiamiento que están recibiendo los dos lados.
Al final, este será por largo el proceso de revocatoria más importante que se haya realizado, y corremos el grave riesgo de que el electorado termine realmente mortificado. Sin embargo, el Jurado y la ONPE, no dan en lo absoluto la impresión de estar a cargo.
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