Esta vez la entrevista fue a solas, en Downing Street, y duró apenas media hora. Aproveché para decirle lo que hoy creo con más fuerza que entonces. Que lo ocurrido en el Reino Unido en estos últimos 11 años es probablemente la revolución más fecunda que haya tenido lugar en la Europa de este siglo y la de efectos más contagiosos en el resto del mundo. Una revolución sin balas y sin muertos, sin discursos flamígeros ni operáticos mítines, hecha con votos y con leyes, en el más estricto respeto de las instituciones democráticas, e incapaz, por lo tanto, de despertar el entusiasmo y ni siquiera la comprensión de la intelligentzia, esa clase que fabrica las mitologías y dispensa las aureolas revolucionarias.
Pero una revolución más humana y progresista que la que entierra hoy, sin honores, el señor Gorbachov, con su terrible corso de asesinados, sus campos de concentración, sus censores, sus colonias y esos planificadores que dejan una economía que, para empezar a funcionar, debe ser ahora rehecha desde los cimientos. Margaret Thatcher entrega a su sucesor un país en el que el esfuerzo por transferir a la sociedad civil las funciones y responsabilidades que le había arrebatado el Estado ha sido extraordinario
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